Nezahualcóyotl y Transmilenio
(Codex Ixtlilxochitl, Bibliothéque Nationale, Paris)
Nezahualcoyotl (1431-72), señor de Texcoco (ver ilustración), reformador y centralizador del reino que también terminaría uniéndose a Cortés en contra de los Mexicas en 1520, es tenido también por poeta y cantor. Por esa razón se le dio su nombre a la Sala de Conciertos que, como parte del Centro Cultural Universitario de la UNAM, se inauguró en 1976, construida por los arquitectos Arcadio Artis y Orso Núñez, con diseño acústico de Christopher Jaffe inspirado en el de la Concertgebouw de Amsterdam y la Sala de la Orquesta Filarmónica de Berlín. El Centro cuenta con tres salas más y forma parte de la famosa zona cultural universitaria que alberga el sólido basamento de piedra de la Biblioteca Central de O’Gorman, los murales de Rivera en el Estadio Universitario y los de Siqueiros en el edificio de la Rectoría. Allí, en frente de uno de ellos, Francisco Delgado, mi guia y exalumno de la Universidad me llevó a fotografiar las emblemáticas ventanillas donde aún hoy se paga la matrícula simbólica que ni siquiera un apóstol de la privatización como Vicente Fox se atrevió a tocar.
Llegamos un minuto antes del comienzo y me pregunté si en México era la costumbre iniciar los conciertos con el Himno Nacional. No tenía programa, pero no fue necesario al oír el primer compás de la Quinta Sinfonía de Beethoven, lo que me llevó a pensar que se trataba de un concierto didáctico. En esa media hora, escudriñé la sala, su diseño y características. Amplísimo escenario, mal contadas, casi mil sillas en la platea (Primer Piso); alrededor de setecientas a los lados y detrás de la orquesta (Coro y Orquesta) y cerca de mil en donde yo estaba (Segundo Piso). En la segunda parte, al haberme perdido de mis compañeros en el intervalo, simplemente fui oyendo obra por obra. La primera fue una corta obra nacionalista mexicana, osada en su modernismo que no reconocí (Janitzio de Silvestre Revueltas (1899-1940) supe después), la Suite del Pájaro de Fuego de Stravinsky y como final, el archiconocido Huapango de José Pablo Moncayo (1912-58). Después vinieron Las Mañanitas y unas cortas palabras del joven director Carlos Miguel Prieto (ya con amplia trayectoria internacional) que se oyeron muy claras en la lejanía de mi silla pero cuyo cabal significado no entendí, pues la alusión a un cumpleaños me desconcertó. Cuando, durante el intervalo, intenté comprar una de las copas de vino que vi dispuestas sobre varias mesas, como es costumbre en otros escenarios, se me indicó que no eran para la venta sino que serían ofrecidas al final, sin costo. Las Mañanitas confirmaron que se trataba de una celebración y cuando llegue al lobby o foyer (como lo llamen) me recibieron decenas de meseros con cientos de copas de vino rojo y blanco, excelente por cierto y que abundó por más de hora y media. Calculando, tenía que haber más de mil personas allí, ya que durante el concierto estimé que la sala se había llenado en un sesenta por ciento. Vino más vino y luego, salmón, inmensos langostinos, muchos de ellos y mas tarde otras delicias. Busqué y no encontré a mis amigos así que decidí observar, comer y beber. La apariencia del público no era la de la gran burguesía mexicana, apuntaba más a una clase media acomodada de austera elegancia y pocas exageraciones. Desafortunadamente, esa misma austeridad hacía lucir como novicias a las azafatas (modelos, hostesses) contratadas para el evento, con el inevitable resultado de la evocación de la ropa ceñida y provocativa de las de cualquier evento colombiano.
Como resultados del concierto, una orquesta competente y profesional y un director con personalidad y precisión. El programa, aunque más que trillado, exigente. Ojalá hubiera tenido un programa de mano pues las notas escritas por Juan Arturo Brennan (fotógrafo, escritor, guionista de cine y el encargado de la serie de conciertos didácticos de la orquesta) eran a la vez informativas y críticas. Citaba por ejemplo lo que Revueltas con su característico humor escribió a propósito de su poema sinfónico de 1933 (revisado tres años después) que lleva el nombre de una isla de pescadores en el Lago de Pátzcuaro, Michoacán. Dice Revueltas: ‘El lago … es feo. Los viajeros románticos y sentimentales lo han embellecido con besos y música de tarjeta postal. Yo para no ser menos, también pongo mi grano de arena, en un infinito anhelo de gloria y renombre. La posteridad agradecerá, sin género de duda, estos esfuerzos pro-turismo’. De la obra de Moncayo (estrenada en 1941), comentando sobre su popularidad Brennan habla de sus consecuencias negativas y de cómo después de su estreno: ‘comenzó a ser usada y abusada como fondo musical para toda clase de propaganda oficialista y gubernamental, así como en numerosos productos audiovisuales comerciales, promocionales y turísticos de intención ‘nacional’ o ‘mexicanista’ con el consiguiente efecto de ‘abaratamiento por hartazgo’’.
Colegio de Minería, Casimiro Castro, 1864.
Alrededor de las 11.30 pm, muy satisfecho, aunque más gastronómica que artísticamente, noté que era el único asistente en salir a pie a tomar un taxi (además de también haber sido los únicos, con mis compañeros, en no ‘traer’ saco y corbata) y a unos pasos de la sala de conciertos, vi una nueva obra, un Museo en cuyas vallas se leía ICA, la empresa para la que la orquesta había tocado Las Mañanitas según la costumbre mexicana de cumpleaños y la que había pagado por el concierto y el magnifico agasajo. Sólo al día siguiente en el desayuno y una vez más, gracias a la información de Paquito mi anfitrión -también ingeniero- até cabos. Se trataba de la celebración de los 60 años de existencia de la inmensa compañía mexicana Ingenieros Civiles Asociados (ICA), la misma de las cuestionadas losas del Autopista y la Calle 80 en la primera etapa del Transmilenio de Bogotá. También supe que la orquesta que había tocado era la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), creada en 1978 y uno de las grandes del país a pesar de que en México, la gente de la música diga que son los mismos (sobre todo los músicos de Europa Oriental) de la Sinfónica Nacional que una vez terminada su temporada pasan a tocar a aquella. Hay mucho más que eso. La Orquesta Sinfónica de Minería forma parte de la Academia de Música del Palacio de Minería, hermosa edificación de la calle de Tacuba en el centro de la ciudad, (ver ilustración), antigua sede del Colegio Nacional de Minería, hoy Facultad de Ingeniería de la UNAM. Se sabe que allí, entre científicos, funcionaba en 1807 una Academia de Música en la que se organizaban con regularidad conciertos de obras de compositores europeos (como Haydn) y mexicanos como José Manuel Aldana y Mariano Soto Carrillo. La UNAM recuperó esa tradición con la fundación de la OSM y contribuyó así a ensanchar la oferta musical de la ciudad. Una vez más fue inevitable la comparación, esta vez con la Universidad Nacional de Colombia y la ignorante incomprensión por parte de grupos de sus estudiantes, profesores y trabajadores de lo que significa para la ciudad y el país la existencia del Auditorio León de Greiff. Pero peor aún, recordar la desaparición de la Banda Distrital, la Banda Nacional y la 'reestructuración' y encogimiento de la Orquesta Sinfónica Nacional como parte del delirio privatizador de alcaldes como Enrique Peñalosa y presidentes como Álvaro Uribe (ver también: http://colombia.indymedia.org/news/2003/02/1631.php).
Nezahualcoyotl (1431-72), señor de Texcoco (ver ilustración), reformador y centralizador del reino que también terminaría uniéndose a Cortés en contra de los Mexicas en 1520, es tenido también por poeta y cantor. Por esa razón se le dio su nombre a la Sala de Conciertos que, como parte del Centro Cultural Universitario de la UNAM, se inauguró en 1976, construida por los arquitectos Arcadio Artis y Orso Núñez, con diseño acústico de Christopher Jaffe inspirado en el de la Concertgebouw de Amsterdam y la Sala de la Orquesta Filarmónica de Berlín. El Centro cuenta con tres salas más y forma parte de la famosa zona cultural universitaria que alberga el sólido basamento de piedra de la Biblioteca Central de O’Gorman, los murales de Rivera en el Estadio Universitario y los de Siqueiros en el edificio de la Rectoría. Allí, en frente de uno de ellos, Francisco Delgado, mi guia y exalumno de la Universidad me llevó a fotografiar las emblemáticas ventanillas donde aún hoy se paga la matrícula simbólica que ni siquiera un apóstol de la privatización como Vicente Fox se atrevió a tocar.
Llegamos un minuto antes del comienzo y me pregunté si en México era la costumbre iniciar los conciertos con el Himno Nacional. No tenía programa, pero no fue necesario al oír el primer compás de la Quinta Sinfonía de Beethoven, lo que me llevó a pensar que se trataba de un concierto didáctico. En esa media hora, escudriñé la sala, su diseño y características. Amplísimo escenario, mal contadas, casi mil sillas en la platea (Primer Piso); alrededor de setecientas a los lados y detrás de la orquesta (Coro y Orquesta) y cerca de mil en donde yo estaba (Segundo Piso). En la segunda parte, al haberme perdido de mis compañeros en el intervalo, simplemente fui oyendo obra por obra. La primera fue una corta obra nacionalista mexicana, osada en su modernismo que no reconocí (Janitzio de Silvestre Revueltas (1899-1940) supe después), la Suite del Pájaro de Fuego de Stravinsky y como final, el archiconocido Huapango de José Pablo Moncayo (1912-58). Después vinieron Las Mañanitas y unas cortas palabras del joven director Carlos Miguel Prieto (ya con amplia trayectoria internacional) que se oyeron muy claras en la lejanía de mi silla pero cuyo cabal significado no entendí, pues la alusión a un cumpleaños me desconcertó. Cuando, durante el intervalo, intenté comprar una de las copas de vino que vi dispuestas sobre varias mesas, como es costumbre en otros escenarios, se me indicó que no eran para la venta sino que serían ofrecidas al final, sin costo. Las Mañanitas confirmaron que se trataba de una celebración y cuando llegue al lobby o foyer (como lo llamen) me recibieron decenas de meseros con cientos de copas de vino rojo y blanco, excelente por cierto y que abundó por más de hora y media. Calculando, tenía que haber más de mil personas allí, ya que durante el concierto estimé que la sala se había llenado en un sesenta por ciento. Vino más vino y luego, salmón, inmensos langostinos, muchos de ellos y mas tarde otras delicias. Busqué y no encontré a mis amigos así que decidí observar, comer y beber. La apariencia del público no era la de la gran burguesía mexicana, apuntaba más a una clase media acomodada de austera elegancia y pocas exageraciones. Desafortunadamente, esa misma austeridad hacía lucir como novicias a las azafatas (modelos, hostesses) contratadas para el evento, con el inevitable resultado de la evocación de la ropa ceñida y provocativa de las de cualquier evento colombiano.
Como resultados del concierto, una orquesta competente y profesional y un director con personalidad y precisión. El programa, aunque más que trillado, exigente. Ojalá hubiera tenido un programa de mano pues las notas escritas por Juan Arturo Brennan (fotógrafo, escritor, guionista de cine y el encargado de la serie de conciertos didácticos de la orquesta) eran a la vez informativas y críticas. Citaba por ejemplo lo que Revueltas con su característico humor escribió a propósito de su poema sinfónico de 1933 (revisado tres años después) que lleva el nombre de una isla de pescadores en el Lago de Pátzcuaro, Michoacán. Dice Revueltas: ‘El lago … es feo. Los viajeros románticos y sentimentales lo han embellecido con besos y música de tarjeta postal. Yo para no ser menos, también pongo mi grano de arena, en un infinito anhelo de gloria y renombre. La posteridad agradecerá, sin género de duda, estos esfuerzos pro-turismo’. De la obra de Moncayo (estrenada en 1941), comentando sobre su popularidad Brennan habla de sus consecuencias negativas y de cómo después de su estreno: ‘comenzó a ser usada y abusada como fondo musical para toda clase de propaganda oficialista y gubernamental, así como en numerosos productos audiovisuales comerciales, promocionales y turísticos de intención ‘nacional’ o ‘mexicanista’ con el consiguiente efecto de ‘abaratamiento por hartazgo’’.
Colegio de Minería, Casimiro Castro, 1864.
Alrededor de las 11.30 pm, muy satisfecho, aunque más gastronómica que artísticamente, noté que era el único asistente en salir a pie a tomar un taxi (además de también haber sido los únicos, con mis compañeros, en no ‘traer’ saco y corbata) y a unos pasos de la sala de conciertos, vi una nueva obra, un Museo en cuyas vallas se leía ICA, la empresa para la que la orquesta había tocado Las Mañanitas según la costumbre mexicana de cumpleaños y la que había pagado por el concierto y el magnifico agasajo. Sólo al día siguiente en el desayuno y una vez más, gracias a la información de Paquito mi anfitrión -también ingeniero- até cabos. Se trataba de la celebración de los 60 años de existencia de la inmensa compañía mexicana Ingenieros Civiles Asociados (ICA), la misma de las cuestionadas losas del Autopista y la Calle 80 en la primera etapa del Transmilenio de Bogotá. También supe que la orquesta que había tocado era la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), creada en 1978 y uno de las grandes del país a pesar de que en México, la gente de la música diga que son los mismos (sobre todo los músicos de Europa Oriental) de la Sinfónica Nacional que una vez terminada su temporada pasan a tocar a aquella. Hay mucho más que eso. La Orquesta Sinfónica de Minería forma parte de la Academia de Música del Palacio de Minería, hermosa edificación de la calle de Tacuba en el centro de la ciudad, (ver ilustración), antigua sede del Colegio Nacional de Minería, hoy Facultad de Ingeniería de la UNAM. Se sabe que allí, entre científicos, funcionaba en 1807 una Academia de Música en la que se organizaban con regularidad conciertos de obras de compositores europeos (como Haydn) y mexicanos como José Manuel Aldana y Mariano Soto Carrillo. La UNAM recuperó esa tradición con la fundación de la OSM y contribuyó así a ensanchar la oferta musical de la ciudad. Una vez más fue inevitable la comparación, esta vez con la Universidad Nacional de Colombia y la ignorante incomprensión por parte de grupos de sus estudiantes, profesores y trabajadores de lo que significa para la ciudad y el país la existencia del Auditorio León de Greiff. Pero peor aún, recordar la desaparición de la Banda Distrital, la Banda Nacional y la 'reestructuración' y encogimiento de la Orquesta Sinfónica Nacional como parte del delirio privatizador de alcaldes como Enrique Peñalosa y presidentes como Álvaro Uribe (ver también: http://colombia.indymedia.org/news/2003/02/1631.php).
1 Comments:
Estimado Prof. Bermúdez:
Muchas gracias por su informado artículo, lo disfruté mucho. Justo hoy visitaré esa sala. Un cordial saludo, Alejandro GB.
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