BOGOTARAB en concierto
Oscar Mora (nay, riq y dirección), Jaime Quijano (violín, rebec), Natalia Pazos (darbouka), Nubia Reyes (clarinete), Juan Carlos Varón (bouzouki), Ahmed Ould (canto)
Considero saludable y plausible que haya quien se interese por superar el provincianismo que ha caracterizado tradicionalmente el medio musical bogotano. La existencia en la ciudad de varios grupos que intentan cultivar repertorios poco difundidos, Hemiola, música griega, Bereket, música turca, y ahora Bogotarab, música árabe, es sin duda una buena noticia para todos. El motivo de estas notas es el concierto ofrecido por este último grupo el miércoles 30 de mayo en el auditorio de UNIANDINOS.
En la actualidad es muy difícil defender la idea de un grupo musical que –a menos que se proponga reconstrucciones históricas – tenga como programa estético el mantener cualquier ortodoxia. Aún en ambientes conservadores es difícil resistir el hoy llamado concepto de fusión a pesar de que no se trate de nada nuevo y que sea la forma de entender lo que de sobra nos ha enseñado la historia de la música y de la cultura, es decir, que si hay algo que no se debe usar en estas discusiones son los conceptos de ‘pureza’ y de ‘autenticidad’. En este terreno la propuesta de Bogotarab podría ser más audaz. Si ya se acepta la participación del bouzouki y el clarinete (propios de la música popular griega) o de la multipercusión (cascabeles de pie); ¿por qué no entonces ampliar la gama sonora del conjunto incluyendo, por ejemplo, la familia de las flautas dulces que podría aportar Juan Carlos Varón o el oud, que descansa sin cuerdas encima del clavicémbalo en la casa de Jaime Quijano? Esto hubiera evitado en parte la monotonía resultante de conservar la misma instrumentación en casi todas las piezas del programa.
Y ahora trayendo a cuenta la autenticidad, entiendo parcialmente el hecho de que se haya incluido a Ahmed Ould como directo portador del lenguaje y la tradición. Digo parcialmente, pues en realidad el balance de su participación no constituyó un verdadero aporte por su falta de experiencia en las lides escénicas (al menos se hubiera vestido para la ocasión) y porque, no tratándose de un cantante profesional, verlo en escena evocaba, más que el tarab (éxtasis musical Sufi), un fin de fiesta en el bar del Holiday Inn de cualquier ciudad del mundo árabe. Fue desafortunado que, faltando traducciones impresas o hechas verbalmente antes de las piezas, no nos enteráramos de que tipo de textos estaba cantando.
Se tocaron por lo menos tres piezas de baile en las que sin duda se destacó el papel de la percusión, especialmente en la soltura y buena asimilación del estilo por parte de Oscar Mora. Sin embargo faltó el baile o mejor dicho estuvo simultáneamente ausente y presente pues las integrantes de la Fundación Nagham (Compañía de Danzas Árabes Najla) –especializada en la difusión del baile y la cultura islámica- seguían entusiastas con sus palmas y sentadas entre el público, aquellos complejos esquemas rítmicos con los que se hubieran podido lucir bailando en el escenario.
El sonido del grupo no se benefició del uso de la amplificación, que sobraba en un recinto que le era adecuado acústicamente. El sistema de afinación del bouzouki no favoreció (al tratarse de un instrumento de otra tradición) la improvisación con los esquemas melódicos de las piezas interpretadas. El violín podría haberse arriesgado más y es una lástima que en las piezas de tradición andalusí no se hubiera recurrido más al rebec, directo descendiente del rebab, el instrumento usado en la orquesta tradicional del norte de África. La dificultad del nay se hizo evidente en el sonido, aún un poco áspero, pero que contó afortunadamente con el complemento de la agradable redondez del sonido del clarinete, en este terreno, lo mejor de la noche. En general faltó flexibilidad en la improvisación y la falta de familiaridad con el estilo se evidenció por ejemplo en una de las piezas cantadas (Sa’loni el nas de Ziad Rahbani) que estuvo totalmente por fuera del registro del cantante.
El auditorio puede funcionar muy bien, pero es necesario que el esfuerzo que hace el Capítulo de Música de UNIANDINOS por proveer una programación atractiva tenga una mayor contraparte de la institución. Además de los programas y reseñas de los artistas, obras y compositores, sería importante que se pensara, cuando se trate de música vocal, en incluir los textos y traducciones. Por otra parte se debe contar con el equipo de luces adecuadas para conciertos y otros espectáculos, que sean algo más que las necesarias para las presentaciones de PowerPoint. El miércoles el escenario estuvo en penumbra durante el concierto y muy seguramente los músicos tuvieron dificultades para leer de sus partituras. Hubo también bastante informalidad, pues no se controló debidamente la entrada y salida de gente a la sala durante el concierto. En resumen, de parte de todos, un esfuerzo de aplaudir y desear que continúe, mejorando.
Considero saludable y plausible que haya quien se interese por superar el provincianismo que ha caracterizado tradicionalmente el medio musical bogotano. La existencia en la ciudad de varios grupos que intentan cultivar repertorios poco difundidos, Hemiola, música griega, Bereket, música turca, y ahora Bogotarab, música árabe, es sin duda una buena noticia para todos. El motivo de estas notas es el concierto ofrecido por este último grupo el miércoles 30 de mayo en el auditorio de UNIANDINOS.
En la actualidad es muy difícil defender la idea de un grupo musical que –a menos que se proponga reconstrucciones históricas – tenga como programa estético el mantener cualquier ortodoxia. Aún en ambientes conservadores es difícil resistir el hoy llamado concepto de fusión a pesar de que no se trate de nada nuevo y que sea la forma de entender lo que de sobra nos ha enseñado la historia de la música y de la cultura, es decir, que si hay algo que no se debe usar en estas discusiones son los conceptos de ‘pureza’ y de ‘autenticidad’. En este terreno la propuesta de Bogotarab podría ser más audaz. Si ya se acepta la participación del bouzouki y el clarinete (propios de la música popular griega) o de la multipercusión (cascabeles de pie); ¿por qué no entonces ampliar la gama sonora del conjunto incluyendo, por ejemplo, la familia de las flautas dulces que podría aportar Juan Carlos Varón o el oud, que descansa sin cuerdas encima del clavicémbalo en la casa de Jaime Quijano? Esto hubiera evitado en parte la monotonía resultante de conservar la misma instrumentación en casi todas las piezas del programa.
Y ahora trayendo a cuenta la autenticidad, entiendo parcialmente el hecho de que se haya incluido a Ahmed Ould como directo portador del lenguaje y la tradición. Digo parcialmente, pues en realidad el balance de su participación no constituyó un verdadero aporte por su falta de experiencia en las lides escénicas (al menos se hubiera vestido para la ocasión) y porque, no tratándose de un cantante profesional, verlo en escena evocaba, más que el tarab (éxtasis musical Sufi), un fin de fiesta en el bar del Holiday Inn de cualquier ciudad del mundo árabe. Fue desafortunado que, faltando traducciones impresas o hechas verbalmente antes de las piezas, no nos enteráramos de que tipo de textos estaba cantando.
Se tocaron por lo menos tres piezas de baile en las que sin duda se destacó el papel de la percusión, especialmente en la soltura y buena asimilación del estilo por parte de Oscar Mora. Sin embargo faltó el baile o mejor dicho estuvo simultáneamente ausente y presente pues las integrantes de la Fundación Nagham (Compañía de Danzas Árabes Najla) –especializada en la difusión del baile y la cultura islámica- seguían entusiastas con sus palmas y sentadas entre el público, aquellos complejos esquemas rítmicos con los que se hubieran podido lucir bailando en el escenario.
El sonido del grupo no se benefició del uso de la amplificación, que sobraba en un recinto que le era adecuado acústicamente. El sistema de afinación del bouzouki no favoreció (al tratarse de un instrumento de otra tradición) la improvisación con los esquemas melódicos de las piezas interpretadas. El violín podría haberse arriesgado más y es una lástima que en las piezas de tradición andalusí no se hubiera recurrido más al rebec, directo descendiente del rebab, el instrumento usado en la orquesta tradicional del norte de África. La dificultad del nay se hizo evidente en el sonido, aún un poco áspero, pero que contó afortunadamente con el complemento de la agradable redondez del sonido del clarinete, en este terreno, lo mejor de la noche. En general faltó flexibilidad en la improvisación y la falta de familiaridad con el estilo se evidenció por ejemplo en una de las piezas cantadas (Sa’loni el nas de Ziad Rahbani) que estuvo totalmente por fuera del registro del cantante.
El auditorio puede funcionar muy bien, pero es necesario que el esfuerzo que hace el Capítulo de Música de UNIANDINOS por proveer una programación atractiva tenga una mayor contraparte de la institución. Además de los programas y reseñas de los artistas, obras y compositores, sería importante que se pensara, cuando se trate de música vocal, en incluir los textos y traducciones. Por otra parte se debe contar con el equipo de luces adecuadas para conciertos y otros espectáculos, que sean algo más que las necesarias para las presentaciones de PowerPoint. El miércoles el escenario estuvo en penumbra durante el concierto y muy seguramente los músicos tuvieron dificultades para leer de sus partituras. Hubo también bastante informalidad, pues no se controló debidamente la entrada y salida de gente a la sala durante el concierto. En resumen, de parte de todos, un esfuerzo de aplaudir y desear que continúe, mejorando.
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